sábado, 24 de septiembre de 2011

LAS NOCHES JUNTO AL MAR.


Después de una jornada en el mar, llegaba el momento de relajarse. Algunos se sentaban a leer un libro, otros comían, otros se iban de excursión, otros colaboraban con la cena, otros se daban una ducha...a mi me gustaba disfrutar de las vistas a través de la ventana, o sentarme en la terraza y mirar la playa.

A veces, observando el mar llegar hasta la orilla, casi hasta la puerta de la que era nuestra casa, tenías una imagen tan bonita y curiosa como la de arriba. Esta pareja aprovecharon muy bien el espacio, se hicieron dueños de una islita y ahí están, no poseen nada, ni ropa, ni perfumes, ni siquiera tienen una nevera llena de alimentos, pero hay algo de lo que disfrutan que es más valioso que todo eso, la libertad.

Algunas noches, cenábamos en la terraza. Hacía frío, pero eso me mantenía despierta. El frío siempre me hace sentir inmensamente viva. Todo parece más auténtico, se siente con más intensidad si el frío es quien te abraza.

La comida estaba siempre deliciosa. Eran unos momentos divertidísimos de risas y bromas que nos permitían reunirnos a todos.

Todos colaborábamos, unos cocinaban, otros lavaban los platos...


En cuanto olían alimentos las gaviotas se acercaban.

Perdían el miedo, ganaban en confianza y usaban la paciencia que da la espera, porque sabían, de algún modo, que tras una cena humana siempre quedan restos de comida.

En la foto de arriba estamos amenizados mirándolas.

Lo que recuerdo con más cariño son los momentos de reunión junto al fuego, tapada con una manta, delante de un anochecer espectacular y con Kevin cantando y tocando la guitarra. Magia potagia.

Cuando miraba ese atardecer que veis en la foto, pensaba que estaba ya atrapada de por vida en ese recuerdo, porque hay instantes que son difíciles de borrar y lugares donde siempre se anhela regresar.



El romanticismo se crea, da chispazos, flota en el aire, se convierte en una esencia, en algo delicatessen cuando la música danza y mueve todas las teclas del alma. El fuego, la brisa, el olor a mar lo colma, lo convierte en inolvidable.

Era un lujo sentarse junto al fuego en pleno mes de julio ¡y estar helada!.


Después de la reunión, jugábamos a algo. Este juego de maderas era divertidísimo y ponía a prueba nuestro ingenio. Ya veis a Pedro haciendo brillar su sonrisa.

2 comentarios:

Isabel dijo...

Pero que bonito!!!Poetisa!Y como me gusta haber compartido estos momentos con vosotros!Un besazo enorme.

Lorena dijo...

Isabel: ¡Qué sorpresa verte por aquí!, bienvenida y lo mismo digo, ha sido inolvidable en todos los sentidos. Besitos guapa!!