lunes, 19 de septiembre de 2011

CROVIE.


Decidimos regresar a Gardenstown andando, haciendo una pequeña excursión por la orilla de los acantilados. El acceso parecía fácil, pero llegó un momento en que terminamos saltando vallas bajo la atenta mirada del ganado vacuno que pastaba alegremente hasta que unos intrusos invadieron su terreno.

La verdad es que nos reímos mucho con tanto salto de alambrada, sobre todo, porque cada uno de nosotros desarrolló una modalidad distinta durante el trayecto. Había quien necesitaba la ayuda de cuantos más brazos mejor, y otros teníamos nuestro propio estilo, a cuál más peculiar.

No había camino marcado, debimos ser pioneros en esto de abrir sendas. Los acantilados bordean toda la costa de Morey Firth, así que sólo teníamos que seguirlos hasta llegar a la siguiente población y coger un camino en condiciones.

El paisaje siguió sorprendiéndonos durante todo el trayecto. Además, seguimos viendo colonias de alcatraces anidadas en otras paredes de los acantilados.


Y saltando vallas sin parar, con pinchos que dificultaban todavía más nuestra aventura.

Arriba podeis ver Gardenstown, el pueblo donde estábamos alojados. Abajo también se ve Crovie, un pueblecito vecino que es encantador, aunque más que un pueblo es una calle. Como vereis están muy cerquita el uno del otro, tan sólo hay una milla y media de distancia.

Crovie desapareció un año comido por el mar. Ahora, en sus casitas, veranean un grupo de personas que tienen el privilegio de pasar los días de "buen tiempo" en la misma orilla de la playa.
La distancia de las casas al mar es mínima, tan sólo un pequeño sendero asfaltado de dos metros de altura es el muro que separa el agua de las viviendas.
El último tramo de la excursión fue el más complicado.

Los habitantes de Crovie nos miraban como si estuvieramos locos mientras bajábamos la colina, campo a través y cruzando por enmedio de una especie de zarzas, unas plantas a las que no les cabían más pinchos que nos dejaron a todos llenos de recuerdos en la piel y en la ropa.


No dejaba de sorprenderme lo de encontrarnos con cabinas enmedio del monte, además, en lugares de acceso complicado.

La ropa tendida, los niños corriendo, bañándose, pintando y vendiendo piedras a esos intrusos que aparecieron por la única calle de Crovie bajando por la colina, como las cabras.

Me llamó la atención que en la puerta de algunas de las casas, se amontonaban libros que los vecinos vendían, casi regalaban, de segunda mano.

Pese a estar en pleno mes de Julio, algunas chimeneas trabajaban sin parar, y no molestaba el calor del fuego.


Cogimos un sendero que iba pegado a la pared, en la parte baja de un acantilado, y que nos permitió acceder al pueblo vecino, Gardenstown, sin necesidad de hacer más acrobacias.

Me gustó mucho Crovie, por pequeño y peculiar, pero Gardenstown tenía mil detalles decorando sus calles y ventanas de colores.

Y cuando llegamos a la casa, Kevin y Gena habían preparado una deliciosa cena para todos nosotros.

Las noches estaban siempre llenas de risas y juegos. Ahí nos veis divididos en dos equipos y compitiendo con un "quiz". Resulta que mi grupo fue el ganador, porque eramos unas máquinas en saber nombres completos de diseñadores, y yo en concreto, salí campeona como identificadora de monedas de euro, ¡me las sé todas!.

2 comentarios:

Lorena Renau dijo...

Qué impresión Crovie! Oye, la antepenúltima foto, son una especie de almejas? Son las típicas que vemos siempre vacías, no? Y que están en agua?

Lorena dijo...

Lorena: Sí, Lorena, son conchas en agua que han puesto como decoración. Crovie a mi me chifla, ¿verdad que es chuli?. Besitos.