miércoles, 28 de septiembre de 2011

DE MINIEXCURSIÓN.


El tiempo pareció cambiar conforme las horas pasaban. Por la tarde, estábamos todos juntos en el salón, leyendo, y un agradable silencio era dueño del momento. Levanté la mirada hacía la ventana ubicada justo enfrente de mí y di un grito de emoción que hizo que todos corrieran hacía ella: Dolphins!!!. En efecto, no habíamos salido al mar, pero ellos vinieron hasta Gardenstown para exhibir sus saltos justo enfrente de nuestra casa.

Aquel momento fue muy especial para mí, porque a pesar de que teníamos prevista una última salida al mar, ya no confiaba en que los volvieramos a ver. Me di cuenta de que eso dependía de muchos factores y podían no darse las condiciones propicias para un avistamiento, así que, pegada a la ventana, me despedí de ellos a mi manera. Feliz porque saltaban, nadaban libres por las frías aguas del mar del norte de Escocia, y al mismo tiempo, triste, porque no sabía si volveríamos a tener un reecuentro. Esos segundos fueron mágicos, era como si supieran que estábamos allí. Se deleitaron practicando saltos justo a 500 metros frente a nuestra ventana, un momento que jamás olvidaré y que nadie podrá arrebatarme, un momento que me dibuja la sonrisa y también la nostalgia.

En una colina que formaba un acantilado, justo al lado de la playa de Gardenstown, se divisaba una vieja iglesia, en ruinas, que según nos dijeron tenía mil años y acogía junto a sus paredes centenarias, un pequeño cementerio que con Dirk como compañero de camino, decidimos visitar.

Esta excursión nos permitió ver el pueblo desde otro lado, también con panorámicas preciosas.

Subimos hacía la iglesia rodeados por un silencio inquietante. Era extraño no escuchar ese día las risas de los niños mientras chapoteaban los pies en el agua. Allí, se bañan con traje de neopreno de tan frío como está el mar, y algunos más osados se atreven a sumergir sus cuerpos con la piel al descubierto, mientras que nosotros, los mirábamos admirados y envueltos en una chaqueta de forro polar.

A pocos metros de la iglesia, hay una casa con unas vistas privilegiadas sobre el acantilado. Mi primera impresión fue pensar que estaba abandonada, pero Pedro y Dirk me convencieron de que no presentaba ningún síntoma de que eso fuera así, más bien al contrario. Me recordaba a las casas de las películas de terror, siempre dominando las alturas de una montaña, alejadas de la civilización, envueltas en un misterio indescriptible, casi espeluznante. La casa era preciosa, pero tenía algo que me impedía soñar con vivir en una igual, era la sensación, quizás la soledad que la rodeaba o la ubicación junto al cementerio, quizás las flores marchitas colgando de su verja, el caso es que no la hubiera elegido para vivir. Fue una gran ayuda en el escenario de la excursión, dió su puntito al momento.

En mis viajes he visto cementerios que parecen un canto a la vida, y también cementerios que me estremecen. Éste formaba parte del segundo grupo.

Quizás fuera por ser domingo, los domingos siempre son días raros, pero las sensaciones allí dentro no me permitieron estar demasiado tiempo paseando entre las viejas losas de piedra.

Eso es lo que pasa cuando no dominas tus pensamientos, que te transforman el sentir. Te invaden y te cambian el registro. ¡Había tantos niños!. Vale que antes la muerte infantil era muy habitual, pero a mí me pareció una tortura ver las inscripciones antiguas, grabadas con el alma por unos padres que dedicaban palabras hasta a cuatro de sus hijos muertos, unos tras otro..

Me pregunté donde estaban esas almas. Todas aquellas personas que pasaron por allí y que el tiempo borraba en el recuerdo de los que les sobrevivieron. Algunas tumbas eran del año 1700, ¿quedaba alguien en el mundo que recordara su paso?.

Todas esas incripciones, esos mensajes de te quiero, de no te olvidaré, de te echamos de menos, hicieron mella en mi corazón. En aquel lugar que estaba unido a la muerte, había, sin embargo, mucho amor. El amor que lo es todo. Todo tiene su final menos el amor, que permanece, que se queda flotando en el universo, jamás desaparece. Te mueres y te siguen queriendo, y cuando se mueren los que te quieren, el amor continua, porque es lo que eres. Al final de la vida, creo firmemente que sólo te llevas el amor.

De nuevo, la mente me manipuló el corazón, y tuve que salir y respirar. Salir y mirar al frente, observar el mar y la vida discurrir en el pueblo, las chimeneas en marcha, algún lugareño paseando por la playa, cogiendo conchas.

Hay lugares que te hablan, te dicen cosas a través de la energía, te transmiten sensaciones que no estás preparada para recibir. A mí, todo ese amor concentrado en las inscripciones de una piedra tras otra me hizo pensar en que, si el amor no muere, siempre nos quedará algo de nuestro paso por la vida, eso que llaman alma volará y tendremos otra forma, pero al mismo tiempo, todas aquellas palabras que expresaban sentimientos de amor de los seres más queridos, rozaban el dolor, así que, todo es una unión, todo es un contraste, todo va en procesión, amor-dolor, día-noche, luna-sol, vida-muerte, choques para poder comprender el valor de cada cosa, para poder apreciar la vida tienes que acercarte alguna vez a la muerte.

martes, 27 de septiembre de 2011

CURSO VARADAS.


Fuimos a ver a "Ketos", la otra lancha del equipo que estaba en un taller mecánico y que no pudo estar preparada a tiempo para poderla sacar al mar,pero al menos nos la enseñaron y nos imaginamos como serían los avistamientos desde ella.

Uno de los días de mal tiempo, aprovecharon para darnos nociones sobre qué hacer en caso de que nos encontremos un cetáceo varado.

Empezaron a darnos las instrucciones. La primera, es siempre llamar a los expertos(en España sería el 112 el encargado de hacer la llamada tras recibir el aviso de un ciudadano), pero hasta que llegan, podemos ayudar a mantener con vida al animal.

Cubrirlo con ropa mojada para mantener la piel húmeda e intentar que no le falte sombra. Sobre todo hay que tener en cuenta las aletas y la cola porque es a través de ellas por donde estos animales evacuan el exceso de calor corporal.

Proteger el agujero de respiración, dejarlo libre y evitando que se le llene de arena o de cualquier cosa que pueda obstruirlo.

Tocarlo lo menos posible, nunca con anillos, pulseras y demás en nuestras manos porque tienen la piel muy sensible.

Mantener una distancia de seguridad en la cabeza y en la cola porque si la mueven recibiríais un buen tortazo, tampoco estirar sus extremidades para intentar moverla, ni ponerle crema solar, ni otras ocurrencias parecidas. Balancear muy despacio su cuerpo, eso sí, porque se marean fuera del agua como nosotros en el mar, alejar a todos los curiosos y hablar bajito. Y en cuanto lleguen los servicios de emergencia, dejarlo en sus manos, seguro que habeis sido vitales para ella con estos primeros auxilios.

A nosotros nos enseñaron a ponerla sobre la camilla para reintroducirla en el mar, no es tarea fácil, sobre todo teniendo en cuenta el peso de estos animales.

Y después de salvar una vida...Juegos.

Me reí muchísimo cuando tuvimos que recoger el material y entre todos no desinchábamos a la ballena.

Subía por un lado, bajaba por otro...

El caso es que sólo teneis que ver las fotos para ver cuánto me divertí ese ratito.

Volvimos a ser niños.

lunes, 26 de septiembre de 2011

SOBREPESCA.


Kevin miró la previsión metereológica y vió que el tiempo iba a empeorar bastante por la tarde, así que nos propuso levantarnos a las 4.30 de la mañana para ir en busca de la "Minke Whale" y probar suerte a la hora de ponerle el tag. El tag es el aparatejo ese del que os hablé en el último post de salida al mar, ese que es tan caro y que se adhiere al animal a través de una ventosa. Tiene radiofrecuencia y registra profundidad, hora, posición...

A las 4.30 Izzye entró por la puerta de casa e hizo la función de despertador. Salimos una vez listos y nos fuimos hasta el puerto donde nos vestíamos y preparábamos para la salida.

Empezamos la jornada, nos adentramos mar adentro, más lejos de la costa que en otras ocasiones, siguiendo las referencias de un mapa que tenía Kevin donde estaban señalizados avistamientos anteriores de rorcuales aliblancos.

No llevábamos ni cinco minutos sobre la lancha, cuando tuvimos que regresar a puerto porque tuvimos un fallo mecánico. Allí, tuve una experiencia que desconocía que pudiera ser posible, ahí la veis entre mis manos, una pequeña medusa, lo más suave que he tocado nunca, la tuve unos segundos junto a mí y la volví a dejar flotando, de nuevo bailando una danza lenta mecida por los movimientos del mar.

Kevin trabajó un rato en el arreglo de la avería.

El resto del equipo, aún legañosos pero con la esperanza grabada a fuego en nuestros ojos, esperábamos con paciencia el retorno a la búsqueda de vida cetácea en el mar.

Y salimos a navegar de nuevo. Las focas nos miraban con mucha curiosidad. Son increíbles. Si quieres verlas, cuando asoman la cabeza, no debes señalarlas, porque piensan que tu brazo es una escopeta y que tu intención es dispararlas. En este punto del mapa, los pescadores tienen permiso para acabar con ellas de este modo si se arriman a sus redes de pesca, dicen que les roban el pescado. Debe ser el mundo al revés, ¿quién roba a quién?. Ellas, son listas, y se sumergen con una rapidez apabullante en cuanto ven algo que pueda recordar a una escopeta.

Es superbonito ver el mar lleno de cabecitas. Se mueren por cotillear, pero también tienen miedo, cosa que no me extraña. Se ven amenazadas en su casa, porque no olvidemos que los que estamos de invitados, somos nosotros.

Estuvimos muchísimo tiempo flotando arriba y abajo, comimos en la lancha, y vimos marsopas, pero ni rastro de delfines ni de ballenas. Empezábamos a desanimarnos, también hizo su función en el estado de ánimo el madrugón.

Kevin nos daba algún respiro llevándonos a puerto a tumbarnos un rato a la bartola.

No se escuchaba ese día hablar a los delfines. Un extraño silencio nos rodeaba. Todo tenía su explicación, lo vi con mis propios ojos, y entonces, regresé a mi visión del mundo, a la que suelo tener cuando no estoy de vacaciones ni veo ballenas saltando a mi alrededor, a la realidad que quisiera que fuera una utopía.

Horas en la lancha, horas sin avistamientos, horas largas y extrañas en un mar que parecía vacío de vida. Estiramos el tiempo, la gasolina, la paciencia, y nada, salvo un barco practicando pesca de arrastre, llevándose con él la vida del fondo marino durante millas, arañando, cogiendo a puñados con la avaricia en primera línea, capitaneando, y tirando los cadáveres de todo lo que no les servía mientras las gaviotas se daban el festín. Fue triste no ver delfines saltando, jugando, persiguiéndonos, confiando todavía en la miseria del alma humana.

Pedro le preguntó a Kevin si la ausencia de delfines tenía que ver con eso, y él lo confirmó con esa palabreja que suena a abuso: "Sobrepesca, amigo". Su expresión me recordó a la de aquel pescador del que os hable el otro día, ese señor mayor que salía al mar y denunciaba todos los abusos. Nada tiene que ver el pescador de caña, de pequeña escala, el que coge lo que necesita, respeta los tamaños y la vida, sin excederse, que los monstruosos barcos de arrastre que no seleccionan, que literalmente escaban el fondo del mar y dejan nada tras su paso.

No hay sand eel, no hay vida. Todos dependen de ese pequeño pez. Muchos polluelos mueren asfixiados cuando sus padres les llevan otro tipo de pescado más grande con el fin de alimentarles, el sand eel es diminuto, por lo que al recibir otro alimento de mayor tamaño no lo pueden ingerir y perecen ahogadas.

Un día que parecía gris en la costa de Moray Firth.

Ahí me di cuenta del funcionamiento de la cadena alimenticia. Los animales abandonan las aguas cuando intuyen que lo poco que queda se lo llevan, a otros la ausencia de alimento les causa la muerte, y si se pesca sin control no se da tiempo a recuperar las poblaciones de sand eel.

Al menos, alguna foca nos alegró la mañana.

Hicimos 50 millas y vimos seis marsopas mar adentro, en zona donde la costa no se divisaba. Luego, los barcos arrasando. Yo había leído mucho sobre la pesca de arrastre, pero verlo me impresionó mucho, y eso que el barco que vi era pequeño, pero estaba haciendo una maleza. Tengo entendido que sólo se aprovecha un 10% de lo que sacan del mar. Yo no sé, allí salían muchos animales muertos después de hacer la selección.

El mar, en muchas zonas, es un desierto donde no se produce la vida, pero lo vemos grande e infinito, creemos que todo está bien ahí abajo porque no se ve su fondo. Dicen los expertos que es un vertedero, que se está muriendo, que ponemos en jaque la vida marina, mientras que los demás, nos lavamos las manos pensando que lo que no vemos, no existe. La sobrepesca tiene efectos devastadores sobre los ecosistemas, que van más allá del impacto directo que se ejerce en las especies capturadas, afecta al resto, la cadena falla, falla todo.
Cada vez somos más, cada vez necesitamos más, no damos opción a la recuperación.
Después de completar mi información con la imagen de aquel barco dando muerte a todo ser viviente que se encontraba a su paso, lo tuve más claro que nunca, si el mar se muere, nosotros nos morimos, porque también formamos parte del ecosistema, no somos distintos, ni superiores, ni podemos con todo, somos una parte del todo, somos un punto más de la cadena de la vida, ¡dejémosle respirar!, se lo debemos a las gentes del mañana y a los seres vivos que no tienen otra casa a la que acudir.
En fin, ya veis como me quedé de plof y pensativa, porque la solución pasa por la concienciación, por la cesta de la compra también, y lo veo complicado, quiero ser positiva pero me lo ponen difícil.

domingo, 25 de septiembre de 2011

sábado, 24 de septiembre de 2011

LAS NOCHES JUNTO AL MAR.


Después de una jornada en el mar, llegaba el momento de relajarse. Algunos se sentaban a leer un libro, otros comían, otros se iban de excursión, otros colaboraban con la cena, otros se daban una ducha...a mi me gustaba disfrutar de las vistas a través de la ventana, o sentarme en la terraza y mirar la playa.

A veces, observando el mar llegar hasta la orilla, casi hasta la puerta de la que era nuestra casa, tenías una imagen tan bonita y curiosa como la de arriba. Esta pareja aprovecharon muy bien el espacio, se hicieron dueños de una islita y ahí están, no poseen nada, ni ropa, ni perfumes, ni siquiera tienen una nevera llena de alimentos, pero hay algo de lo que disfrutan que es más valioso que todo eso, la libertad.

Algunas noches, cenábamos en la terraza. Hacía frío, pero eso me mantenía despierta. El frío siempre me hace sentir inmensamente viva. Todo parece más auténtico, se siente con más intensidad si el frío es quien te abraza.

La comida estaba siempre deliciosa. Eran unos momentos divertidísimos de risas y bromas que nos permitían reunirnos a todos.

Todos colaborábamos, unos cocinaban, otros lavaban los platos...


En cuanto olían alimentos las gaviotas se acercaban.

Perdían el miedo, ganaban en confianza y usaban la paciencia que da la espera, porque sabían, de algún modo, que tras una cena humana siempre quedan restos de comida.

En la foto de arriba estamos amenizados mirándolas.

Lo que recuerdo con más cariño son los momentos de reunión junto al fuego, tapada con una manta, delante de un anochecer espectacular y con Kevin cantando y tocando la guitarra. Magia potagia.

Cuando miraba ese atardecer que veis en la foto, pensaba que estaba ya atrapada de por vida en ese recuerdo, porque hay instantes que son difíciles de borrar y lugares donde siempre se anhela regresar.



El romanticismo se crea, da chispazos, flota en el aire, se convierte en una esencia, en algo delicatessen cuando la música danza y mueve todas las teclas del alma. El fuego, la brisa, el olor a mar lo colma, lo convierte en inolvidable.

Era un lujo sentarse junto al fuego en pleno mes de julio ¡y estar helada!.


Después de la reunión, jugábamos a algo. Este juego de maderas era divertidísimo y ponía a prueba nuestro ingenio. Ya veis a Pedro haciendo brillar su sonrisa.