sábado, 27 de agosto de 2011

BEN A´AN HILL.


Subir es un alimento para el alma, porque mientras subes, descubres, aprendes, creces y en muchas ocasiones, sientes vértigo, y hasta eso te enriquece.
Las cosas no suceden por casualidad, y creo que cuando nos encontramos en nuestro camino la colina Ben A´an fue porque recibimos un regalo. Decidimos subir sus 460 metros, sin ni siquiera sospechar el increíble paisaje que nos encontramos arriba.

Atravesamos bosques repletos de arroyos, helechos y árboles tan altos que te hacían sentir chiquitita. No se veía el final del sendero a pesar de que llevábamos bastante rato caminando, pero continuamos, porque rendirse hubiera albergado para siempre una duda en nuestro interior sobre aquello que no vimos y por lo tanto perdimos.

Y conforme se elevaba la altura se comenzaba a intuir el paraíso.
Subir no siempre es fácil, supone un esfuerzo y la constancia juega un papel importante durante todo el recorrido hasta la cima, pero creo que es el mejor modo de vivir en el presente, porque la mente se mantiene libre de pensamientos que te atropellan. Centrada en no olvidar respirar y en cada paso que das, te sientes viva, enérgica, te revitalizas, a pesar de estar consumiendo recursos salen a flote sensaciones que tan sólo puedes alcanzar en lugares así, que te recuerdan cada segundo que debes agradecer la oportunidad de mezclarte con un paisaje tan espectacular.

Arriba podeis ver uno de los arroyos que se abren paso en la montaña. Agua pura, dulce y clara en la que metíamos las manos para disfrutar de su frescor y contagiarnos de su fuerza en el camino. Me gusta sentir como corre entre los dedos, y se escapa sin que la puedas atrapar. Como te manda el mensaje de que pase lo que pase, debes continuar, porque todo sigue, y anclarse en el pasado o en sentimientos negativos no impedirá que el tiempo siga girando en las agujas del reloj, sólo hará que lo pierdas sin haberlo disfrutado.

¿Veis lo pequeñita que era comparada con los árboles?, es bueno este recordatorio de humildad, somos frágiles, microscópicos, como una mota de polvo en el universo. Abajo, el momento pasión de haber conseguido llegar a lo más alto. Es fácil comprender cuando ves lo que te rodea, que este lugar fuera la fuente de inspiración de muchos poetas.

Cuando miras desde arriba te sientes en pleno vuelo, como el águila real o el halcón peregrino que habitan estas regiones. Allí estaba, casi rozando las nubes, ojo avizor, muda de palabras, llena de sensaciones, ocupada tan solo en disfrutar.

Rodeada de lagos luminosos y montañas abruptas, me senté en el pico más alto con cuidado de que un resbalón no me enviara de nuevo abajo, y allí me quedé no sé cuanto rato, porque en un lugar así, los relojes deben estar prohibidos por nosotros mismos, también los teléfonos móviles, todo aquello que pueda distraer nuestra atención del placer de contemplar el mundo bajo tus pies.

Tanto Pedro como yo, pensamos que Escocia empezaba a hacer la competencia a nuestro país preferido, Noruega. Las comparaciones son odiosas, pero no pudimos evitar recordar que aquello era muy parecido al Preikestolen con el fiordo de los sueños rodeándolo, y fue un subidón encontrar un sitio que nos trasladara mentalmente hasta el púlpito, pocas veces nos ha sucedido y por eso podeis vernos tan sonrientes.

No sé cuanto fue que estuvimos allí sentados, lo suficiente para recargarnos, fue de alguna manera un renacer, un soltar, una relajación, un no pensar, una auténtica clase magistral de yoga.

Muchas veces, la vida es un auténtico caos que nos arrastra, nos incita a correr, nos bloquea, nos monta en una montaña rusa que viaja a gran velocidad y que no sabemos como parar. Nos amurallamos a nosotros mismos para no sufrir, para no mirar de frente lo real, nos empequeñecemos, a veces nos encogemos, para que nada nos afecte, sin atrevernos a saltar. Cuando decides levantarte tras una caída, coges carrerilla y vuelas sobre los obstáculos, y es en ese momento, cuando descubres que tras los muros hay vistas alucinantes, que las estabas dejando escapar porque el miedo se había mezclado con tu sangre dejándote paralizada. Así me sentí yo en las alturas, libre de muchas sensaciones inquietantes y repleta de luz.

No tuvimos el placer de ver muchas aves, eso nos llamó la atención porque Escocia tiene fama de ser un paraíso para los ornitólogos. Quizás es que prefieren volar por otros parajes, quizás es que no hay tantas como anuncian o quizás tienen horarios distintos a los nuestros, bebés que cuidar o ramas donde acomodarse para dormir la siesta, pero hubiera sido perfecto ver el vuelo lento y minucioso del águila real. Echamos en falta eso. Nada es perfecto, aunque la imperfección es precisamente lo que te mantiene alerta, lo que hace que no pierdas la esperanza y tu atención se intensifique.

La foto de arriba es mi preferida en este viaje, la recompensa, el premio por haber subido paso a paso la colina. Un regalo de la montaña.

La verdad es que fue un respiro, estar solos disfrutando de los paisajes. Empezábamos a necesitar la fusión con la naturaleza después de tantos días recorriendo pueblos y ciudades, algunas demasiado turísticas para nuestro gusto. El asfalto "quema" a algunas personas más que a otras. Cuando estaba sentada en Ben A´an, me di cuenta de que sentía mi corazón y mi alma presentes, despiertas, ausentes del adormilamiento de la anestesia que las arterias de la civilización te contagian.

La libertad se siente cuando te desenredas de la maraña de hilos con los que tú misma te atas. Cuando te liberas del miedo al dolor, del miedo al fracaso, del miedo a perder, del miedo a ganar, del miedo al rechazo o a lo desconocido. La libertad se siente cuando te superas pese a estar asustada, cuando sigues mirando al frente sin bajar la vista, cuando los pasos no se paran y caminas. La libertad es cuando nos permitimos equivocarnos y tenemos la piedad suficiente para perdonarnos, y no sólo eso, sino que entendemos que, precisamente el error, es quien nos permite crecer, aprender, completarnos.

Pero, ¿por qué ese empeño por crecer?. Crecer nos hace cambiar y eso siempre tiene un precio elevado. No es posible avanzar sin dejar cosas por el camino, y tampoco es fácil hacer la selección, mantener la chispita infantil viva.

Fluir, como los ríos, que me gustan tanto porque me ponen en mi sitio con un sólo vistazo, me reorganizo. Dicen que vivamos el ahora, y se nos pasa en un abrir y cerrar de ojos mientras andamos entretenidos con proyectos o recuerdos. Por eso, de vez en cuando es bueno perderse en el pecho cálido de la madre naturaleza, dejar que te arrulle, que te abrace, que te acune, que te relaje. Dejarte llevar por la corriente de la vida.

Cuando me siento perdida, busco el corazón, el centro de todo, el lugar al que pertenezco, al que pertenecemos. Allí, todo se recoloca y cuando vuelves a la rutina, el regreso es brillante porque has recuperado la fuerza y la energía que perdiste. Te dices a ti misma que suficiente es suficiente, y al menos durante un tiempo no permites que llueva sobre tu cabeza.

Hay un monólogo de Anatomía de Grey que me gustó mucho y estos paisajes me inspiraban el recuerdo: "Debemos cometer nuestros propios errores, debemos aprender nuestras propias lecciones, debemos dejar las posibilidades de hoy bajo la alfombra del mañana hasta que no podamos mas, hasta que comprendamos por fin lo que Benjamín Franklin quería decir, que es mejor saber que preguntarse, que despertar es mejor que dormir y que fracasar o cometer un error enorme es mucho mejor que no haberlo intentado". Pues eso es lo que saqué en claro yo de mi excursión en las montañas. Muy instructiva como podeis ver.

La colina está ubicada en el parque nacional del lago Lomon y las Trossach, una cadena montañosa. Se conoce esta zona como "la tierra romántica y encantada", a la vista está.

Para terminar, porque creo que en esta ocasión una imagen vale más que mil palabras, os dejo unas fotitos para que veais lo contenta que estaba al borde de un precipicio donde me encontré de golpe y porrazo conmigo misma, latente, con mas ganas que nunca de salir ahí fuera y ponerme el mundo por montera.

6 comentarios:

carmen dijo...

Lorena que sigo tu viaje eh. Preciosas fotos y como siempre te digo, me gusta mucho la manera que tienes de expresar tus sentimientos y tus vivencias.
Besos.

Lorena dijo...

Carmen: Sé que estás por ahí, Carmen. A ver si llego pronto al proyecto, que no queda ná, y verás que bonito!!!,gracias guapa!

Silvia - Desenredando el hilo rojo dijo...

A mí me gustó muchísimo más Noruega. Tengo unas imágenes en la retina de las islas Lofoten que nada tienen que ver con Skye o con Escocia. No sé si fue la época del año, la situación, el tipo de viaje... Sigue, sigue contando. Besotes

Lorena dijo...

Silvia: Mujer, es que no se puede comparar, si comparas te aseguro que pocos lugares superan a Noruega, pero no hay que mirarlo así, hay que mirar la esencia del sitio, la personalidad del lugar, y es como comparar a Brad Pitt con Pedro Guerra, pues cada uno tiene su cosilla, ¿no?, jajajajaja

Alicia dijo...

Pues antes de que escribieras que te recordaba a Noruega yo estaba pensando lo mismo! Aunque se ve que son paises diferentes me recuerdan el uno al otro. Yo tengo una foto con un fiordo al fondo que me recuerda mucho a una que estás tú. Qué impresionante el paisaje, sin duda, somos muy pequenitos e insignificantes cuando nos ponemos al lado de la naturaleza virgen. Un besote

Lorena dijo...

Alicia: Sí, hay un parecido, pero bo es lo mismo. Para mí Noruega es un sitio increíble y Escocia también pero con personalidades muy diferentes. Tengo ganas de volver a Noruega a ver si lo sigo mirando con los mismosojos. Besitos guapa!