sábado, 5 de noviembre de 2011

UN DÍA IMPROVISADO.


Me gustó mucho el santuario de la virgen de Guayen. Está ubicado en una pequeña colina y tras atravesar un arco, se entra a un patio donde está el acceso a la pequeña iglesia de piedra.

Vimos algunos murciélagos volando en las inmediaciones. Me gusta verlos salir a pasear cuando cae la noche, además, teniendo en cuenta que están en peligro de extinción, siempre me parece un lujo tener la oportunidad de avistarlos.
Después, nos tomamos nuestro tiempo en el interior del santuario encendiendo velas y escribiendo en el libro de visitas. Me gusta toda esa parafernalia de los lugares de culto, no sólo es algo místico, sino que también me parece tradicional. Rezar me relaja muchísimo, creo que es una herencia que me ha dejado mi abuela. En sitios así, se siente una paz inmensa, sobre todo si tienes unos segundos para quedarte sola en la oscuridad. Yo tuve esa oportunidad, permanecí un tiempo corto en el interior, rodeada de ese silencio imponente que ofrecen los lugares aislados de todo lo mundanal. Fue maravilloso, y es que a mi, las iglesias me gustan vacías y pequeñas, lo mismo que los bosques, debo de tener algo de antisocial, pero es cierto que para alcanzar la serenidad, para aproximarme a la paz, preciso de soledad.

Regresamos a San Martin de Veri, que era el lugar donde nos alojábamos. Para llegar hasta allí, te alejas un poco de toda la civilización. Con pinares a ambos lados, la única luz que ilumina el lugar es la de la luna, si brilla, así que el camino es impactante durante el trayecto nocturno. Pues bien, a unos cinco kilómetros del pueblecito, una lucecita se encendió en el salpicadero del coche de los Ardorines. Si no recuerdo mal, marcaba algo parecido a un subidón de temperatura, y me vi, por un momento, tirada en la carretera, andando en esa oscuridad profunda en busca de las luces del pueblo. Nos vino justito llegar, y la foto que veis aquí es del día siguiente, cuando estábamos esperando la grúa que se llevó a Ardorin de excursión por media provincia de Huesca en busca de un taller que le quisiera atender, terminó en Barbastro mientras nosotros nos tomamos un día de relax total en este pueblecito de tan solo 11 habitantes.

Ahí lo teneis, en un entorno privilegiado.

Pedro y yo nos fuimos de excursión, a ver pájaros. Vimos uno muy gracioso, con un canto muy particular, el "Chochín común". Es un trino muy nervioso, que se mueve entre los arbustos, muy pequeñito, con el cuerpo muy redondo, como una bola. Me encantó. También vimos un zorro precioso, corriendo, con su larga cola ondeando el viento.

El camino se terminó, en una bifurcación elegimos el equivocado y nos quedamos sin continuación, pero aprovechamos para sentarnos en un extenso prado verde, y allí, Pedro con sus prismáticos, se dedicó a tomar anotaciones mientras yo, con tanto relax, terminé dormida utilizándole como almohada, maravillosos momentos esos en los que no se conoce ni por asomo la palabra estrés.

Por la tarde, cuando nos íbamos otra vez de excursión, llegó Ardorin en un taxi y nos tuvo amenizados con su aventura de taller en taller hasta que alguien le atendió. Así que, nos fuimos los cuatro a dar el paseo juntos mientras nos contábamos lo que habíamos hecho cada uno de nosotros en ese día improvisado por las circunstancias.


Mirar que pareja tan feliz...


Arriba solidarizándonos con la barriga de Ardorina, todos menos Ardorin, que sólo hay que verlo, vete tu a saber en que estaría pensando...

Las vistas de las montañas del fondo no tenían desperdicio. Cuando el sol se escondía eran espectaculares.

Y terminamos sentados en el patio, tomando algo con Esther, la dueña de la casa rural "Lagaya" donde nos alojamos, y que os recomiendo a todos. Se portó de maravilla, porque tener en cuenta, que al quedarnos sin vehículo en una localidad tan aislada, no teníamos ni un lugar donde comer, así que, nos cuidó superbien, cocinó para nosotros, nos ofreció su coche...vamos, una pasada. De nuevo le doy las gracias desde aquí, porque nos hizo sentir como en casa.

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