lunes, 14 de noviembre de 2011

PARQUE NACIONAL DE ORDESA.


Me gustó regresar a Ordesa, además en una época del año en la que los colores van cambiando de tonos y la combinación lo hace especialmente mágico.


Mirara hacía donde mirara, no tenía desperdicio. Había tramos en los que caminábamos cubiertos por un techo de ramas, donde el cielo se podía observar a través de los huequitos de las hojas, por donde se colaba la luz.


El manto verde de un musgo que se ha tomado su tiempo para crecer, repleto de gotas de agua en el rocío de la mañana, daba a todo un aspecto de cuento de hadas, de bosque encantado. Parecía un escenario, un dibujo, un sueño, pero era real. No estamos acostumbrados a encontrarnos rincones así, protegidos de las huellas humanas, en Ordesa se extienden a ambos lados de los senderos que recorren el parque. Verte rodeada de ellos es como estar envuelta en un regalo de navidad, con su papel de colores, dentro de un paquete de esos que cuando los recibes te dibujan una sonrisa que llena el rostro.

El río nos acompañó todo el camino, serpenteante, siguiendo su camino particular y privado, su propia senda, con un objetivo muy claro. Los ríos no se cansan de buscar su destino, no tiran nunca la toalla, superan todos los obstáculos del mundo para llegar a su meta. Los ríos son un claro ejemplo a seguir, y a mi me ayuda observarlos, verlos andar sin detenerse ante nada, con fuerza, con determinación, incluso en tramos en los que su agua parece estancada, el río sigue, fluye, más despacio pero sin parar.

Somos pequeñitos, somos en realidad microscópicos, tan solo hay que imaginar los ojos de un astronauta mirando la Tierra desde la estación espacial, ni siquiera se ve un punto en la distancia, desde el espacio somos mucho más pequeños que motas de polvo, somos tan diminutos que parecemos invisibles. Pues bien, en Ordesa puedes llegar a ser algo parecido a un astronauta en la estación espacial, porque te das cuenta de eso, de que la naturaleza manda, no nos pertenece sino al revés, pertenecemos a ella, y si quiere, es imparable.

Las cascadas son innegables protagonistas en este parque nacional. Las rutas senderistas, parten todas del mismo lugar y recorren los caminos en busca de las caídas de agua, todas espectaculares.


Esta es la de la cueva, y es que, cae el agua en un rincón con forma de cañón que recoge la entrada a una gruta. Supongo que, la habrán investigado los espeleólogos, pero eso no evita que me pregunte sobre los misterios que guarda en su interior. Siempre me ha fascinado imaginar que hay debajo del suelo que pisamos. Un mundo de pasadizos secretos, túneles, cámaras de estalactitas y estalacmitas, ríos subterráneos, todo envuelto de oscuridad, tan sólo rota por la luz del casco de algún osado investigador, de esos que, armándose de valor, se juegan la vida para ofrecernos a los demás los tesoros escondidos en el interior de la Tierra.


Otra de las cascadas, una de las más famosas. Caen con fuerza los hielos transformados en líquido, caen desde lo más alto de las montañas, derretidos, después de haber pasado un tiempo exhibiendo la blancura como un manto, cubriendo las cimas de las más altas cumbres, caen los deshielos, llegan buscando el río, sin mapas, ni gps, ni señales que indiquen el camino a seguir. Siguen su curso, se dejan arrastrar, y así, sin pensarlo, llegan hasta su destino para dejarnos maravillados por su belleza, a todos los que nos acercamos a ver su caída, su unión con las aguas que ya siguen su corriente en busca del mar.



Todos queremos la mejor foto, todos quisieramos llegar hasta la orilla de cada sitio hermoso que se cruza en el camino, y algunos, lo consiguen, saltándose las reglas, saltándose las vallas, las señales, haciendo caso omiso al respeto, porque hay personas que no saben lo que significa eso; el respeto a la vida que crece, que no se debe de pisar, el respeto a los demás que queremos observar como nace, que deseamos que se conserve para las generaciones venideras, y en un parque nacional, pasan estas cosas, y de nuevo pienso que se debería de cobrar la entrada, a ver si así se valora más, a ver si se comprende que, si un sitio está protegido por vallas, sus motivos tendrán.



Y la vida, creciendo, abriéndose paso con todo sus esplendor.


Ardorin, de nuevo, haciendo cosas muy raras...


Para finalizar dejo estas fotos con los protagonistas, con esos seres que no andan, ni se mueven, ni parecen respirar, pero que lanzan al aire su energía positiva para que, quien sepa percibirla, la disfrute. Los árboles centenarios, que han visto muchas lluvias, que han sobrevivido a los más fuertes vientos, a las tormentas más estruendosas, que permanecen en su lugar con un apabullante saber estar. Los árboles que me ayudan a respirar, que me aportan serenidad, a los que agradezco enormemente cada saludo que me envían cuando agitan sus ramas.

2 comentarios:

Alicia dijo...

Tengo pendiente volver al valle de Ordesa, fui en octavo de EGB, así que imagínat, jaja! Tengo un recuerdo precioso y estoy segura que a M. le encantaría. Lo de saltarse las vallas me parece muy mal. Las fotos preciosas. Besitos

Lorena dijo...

Alicia: Pubes lo ya sabes lo que has de hacer, cuando Carmen corra llevarla a Ordesa a respirar aire puro. Besotes!!