miércoles, 9 de noviembre de 2011

AINSA.


Tenía muchas ganas de visitar Ainsa, quizás porque muchas personas me habían hablado de este pueblecito encantador, y la verdad es que me gustó muchísimo y ya tengo en mente regresar, no sé cuando, pero si vuelvo a Huesca es probable que lo escoja para perderme entre sus muros de piedra y sus callejuelas estrechas.

Llegamos y nos encontramos Ainsa en fiestas. Me gustó porque pese a ser turístico y estar de celebración, no resultaba agobiante, al menos a las horas que llegamos nosotros. Subimos por unas escaleritas a lo alto de sus muros de entrada a la parte antigua del pueblo, y disfrutamos del paisaje que lo envuelve en su ubicación privilegiada.

Para acceder a la plaza, atravesamos una zona donde estaba instalada la feria, con sus atracciones, sus tómbolas y con las ideas ingeniosas de algunas personas que explotan su creatividad con el fin de ganarse la vida.
Me gusta el ambiente que rodea a un pueblo en fiestas, porque es algo que se contagia, se respira, te impregna. Puedes no tener ningún vínculo emocional con el lugar, y sin embargo, sentir todo eso que flota en el aire.
En la plaza, ardía una hoguera con fuerza, con su sonido peculiar, embelesando las miradas que se perdían entre sus llamas. La hipnosis es un poder del fuego, que cuando te das cuenta te deja sin pensamientos, tan solo centrada en su consistencia y en su movimiento, tuve un chispazo de esos de bajarme del mundo.

Si ver Ainsa desde lo alto del muro, en su entrada, te deslumbra por su belleza, cuando te adentras en sus callecitas empedradas el enamoramiento es total. Me gustó mucho ver algunas de sus casas, con portales magníficos, algunos de ellos abiertos de par en par con el fin de ser mostrados a los paseantes, un acto de generosidad por parte de los dueños.

Ahí teneis al Ardorin torcido.

No estuvimos demasiado tiempo en esta localidad, pero fue suficiente para meternos en el ambiente festivo. Los restaurantes tenían sus mesas puestas en la calle, los lugareños tomaban las tapas en la puerta de los locales de ocio, haciendo corros donde las risas se convertían en protagonistas, los niños corrían y jugaban disfrutando de más libertad que en otras ocasiones en que los permisos se acortan. Lo que pasa en todos los pueblos cuando las fiestas llegan, que la música y las actividades los inunda.

Uno de los muchos rincones que esperaban comensales que llenaran las mesas. Me gusta eso de las calles amuebladas, porque lo de cenar al aire libre bajo la estrellas es siempre un placer.


Arriba podeis ver una parte de la plaza principal. Bajo los edificios, hay un paseo lleno de arcos, precioso, que recoge la entrada a algunos de los hoteles, viviendas particulares y tiendecitas de productos típicos del lugar.

La villa de Ainsa es medieval, y tiene unos muros que la rodean, desde arriba hay una magnífica vista de las inmediaciones y del pueblecito.


En un escenario así, sólo hay que dar rienda suelta a la imaginación para volar al pasado. Imagino Ainsa en el medievo, y me pregunto si lo que pasa por mi mente sería así en realidad. Me temo que no, porque cuando intento adivinar cómo sería aquella época, mi visión es muy romántica, pero si lees libros de historia es otro cantar, eso de tirar el pis por las ventanas y andar con zancos para evitar tocar la porquería, me hace pensar que lo de príncipes, princesas, caballeros, vestidos largos con colas eternas y demás, es tan sólo un cuento, una invención, porque necesitamos soñar.

2 comentarios:

fermin dijo...

Jo!!! Yo, cuando sea mayor, quiero ser como vosotros. No paráis.
Esto... que aunque no diga nada, sigo vuestras peripecias, todas.
Un abrazo fuerte.

Lorena dijo...

Fermin: Pues a ti para ser mayor te queda mucho, así que ten paciencia que todo llegará...gracias Fermin, lo sé que estás por ahí, ¡y yo también!. Un abrazote a ti y a tu mujer. Muchos besotes!!