lunes, 27 de septiembre de 2010

POZA DE LA SAL.


Cuando nos perdimos por las calles empedradas de Poza de la Sal, me faltaba ver a Félix girando la esquina para toparse de frente con nosotros, ojalá eso hubiera podido suceder, pero al menos, nos conformamos con ver el escenario que tan bien describe él en su biografía, donde se recogen numerosos escritos que dejó, en los que habla con un cariño profundo de su pueblo, de su infancia, de su pandilla de "Dios te libre".

Fuimos a visitar una exposición sobre su infancia en un pequeño museo que hay junto al ayuntamiento y junto a una chica que se estrenó como guía, salimos a conocer los rincones por donde Félix solía corretear. Al ver nuestra pasión por Félix, buscó a Policarpio, un amigo de la infancia con el que no tuvimos la suerte de topar, porque le gusta recordarlo, y yo hubiera disfrutado de lo lindo.

Me sentía un poco rara, emocionada al pensar que quizás conociera a personas que habian tratado con él, como así fue después. Tenía muchas ganas de saber cosas, anécdotas...

Poza de la Sal recuerda a Félix, aunque pienso que el mejor homenaje sería seguir sus pasos, y por lo que pude charlar con alguna persona que se mueve en el mundo de la naturaleza, allí está todo parado en ese sentido. Desde luego, tras ver el estado de abandono del monumento del Páramo de Masa, no me sorprendió, pero se me encoge el corazón.

Abajo, la iglesia de San Cosme y San Damián, una iglesia como otra cualquiera, hasta que se visita su interior y la primera impresión es, nunca mejor dicho, impresionante. Su construcción data del Siglo XIII, y allí teníamos al amigo Domingo vigilando que todo el mundo cumpliera las normas, y una de esas normas es no tomar fotos, así que nos dedicamos a disfrutarla para grabarla en el recuerdo.

Dentro de la iglesia hay varios retablos preciosos y muy bien conservados. Domingo, mañana y tarde, se encuentra allí cumpliendo con su tarea de abrir la iglesia al público. Tiene una llave de la puerta de entrada que pesa una tonelada, verdaderamente grande, vamos, que no es fácil de perder. Como no, estuvimos charlando de Félix y nos contó una cena que compartió con él, así como cosillas que nos dibujaron la sonrisa. Dice que cuando iba al pueblo, solía perderse en el monte y no era fácil de ver. Ya lo dice el refrán, la cabra...
El caso es que a Domingo le caímos en gracia y nos enseñó algunos secretos de la iglesia, secretos que esa misma tarde, una mujer del pueblo me explicó que ella no los había descubierto hasta bien mayor, así que me podía considerar muy afortunada. Compartió con nosotros su peculiar forma de tocar las campanas. Dice que su compañero toca tres campanadas a cada minuto para llamar a misa, lleva un control, pero Domingo esto se lo salta a la torera tocando las que le parece y que se den por enterados, así que en nuestra presencia tocó 37 veces la campana y se quedó tan ancho.

La sacristía tampoco tiene desperdicio, es una de las más bonitas que he visto tratándose de una iglesia de pueblo. Claro que Poza, con el tema de la sal, fue importantísimo en su momento.

Describe tan bien las cosas Félix, que en cada rincón de Poza, me parecía verle de niño. El lugar donde quedó cuando fue invitado con doce años a la batida de lobos que tanto le marcó, el rincón del zapatero ornitólogo, los tejados casi unidos en las estrechas calles donde cuenta que se formaban túneles de hielo de tanta nieve como caía...

La sal siempre presente, aún se ven cajas de sal secándose al sol en la puerta de alguna casa. Contaba Félix como se bañaban los niños en las salinas, flotando que ni en el Mar Muerto, para después meterse en el río o en los lavaderos donde las mujeres se dejaban las uñas frotando la ropa.

Y llegamos a su casa. Pienso que su casa tendría que ser un museo, sin embargo, pertenece a un particular que la compró a la familia. Dice Pedro que menudo castigo para el hombre que la compró, yo pienso todo lo contrario, menuda suerte... La casa que le vió nacer. Las ventanas por donde asomaba la cabecita en busca de los nidos de los vencejos, o por donde descubría que los primeros copos de nieve empezaban a caer, o donde vivió un tiempo el zorro Tití hasta que por el olor insoportable le tuvieron que buscar otro lugar. La casa donde le leían los cuentos, de la que salía para perderse por el pueblo, y a la que volvía cuando el hambre acechaba para reponer fuerzas y seguir correteando. Una infancia feliz, vivida y sentida, disfrutada, libre, porque no fue escolarizado hasta los diez años. Así que las anécdotas se iban acumulando y el hombre que fue, se iba dibujando en este precioso pueblo burgalés.

4 comentarios:

carmen dijo...

LORENA, ESTO YA ES EL SUMUN. Tenías que ir por el pueblo toda emocionada, mirandolo todo, si además te contaban cosas de él, pues imagina. Me alegro que pasarás tan buen rato y disfrutaras de todo lo vivido por tu "ídolo".
Besicos guapa.

Lorena dijo...

Carmen: Pues sí, estaba más feliz que una perdiz, para que voy a engañarte, jajajajajaja

Anónimo dijo...

Siempre que subimos a Santander pasamos por un cruce que nos indica Poza de la Sal, ya le he dicho a Andrea que tenemos que ir a visitarlo. No se que distancia hay desde el cruce hasta el pueblo porque no lo pone, lo tengo que ver en googlemaps, pero la próxima vez me desvío

Lorena dijo...

Franky: Ay Dani!, la verdad es que lo viví con muchísima intensidad. Ni idea de distancias, pero si te gusta Félix, ves. Sobre todo, si has leído la biografía. Para mí, el no va más, y sin duda, si todo va bien, volveré. Besos!