viernes, 18 de noviembre de 2011

GRAUS.


La última noche en la casa rural, encendieron la chimenea. Es fantástica la sensación de calidez, de hogar, que aporta el fuego cuando luce su esplendor en la chimenea de un salón. Como llegamos pronto, me senté un rato al lado y me quedé embelesada mirándolo. Es hechizante ver la llama, subir, bajar, con ese sonido tan peculiar que es algo "crujiente", mientras lo que un día fue el sostén de un árbol, se consume, se reduce a cenizas.

Graus es un pueblo en el que paramos en nuestro viaje de regreso. Está presidido por la basílica de la virgen de la Peña, que tiene su origen en el románico. Pero antes de subir a visitarla, un hombre insistió en que pasáramos a ver la plaza Mayor, así que, mientras íbamos en su busca, paseamos por las calles de Graus donde descubrimos sus casas, auténticas, con esa esencia, ese sabor de pueblo tan especial que sólo se encuentra en lugares así. Descubrimos, entre otras, la casa de Torquemada y de San Vicente Ferrer, ¡vaya combinación!.

La Plaza Mayor es preciosa, a la vista está. Las casas se levantan sobre soportales. Es el lugar donde está el ayuntamiento y también destacan las pinturas de las fachadas. Dos de estas casas "pintadas", pertenecieron a la familia Heredia y a un Barón. La familia Heredia estaba muy relacionada con el mundo agrícola y con la naturaleza pirenaica.

El caso es que, si un día pasais por Graus, merece la pena dar una vueltecita por sus calles y sobre todo, por la Plaza Mayor, que sólo teneis que ver en las fotos lo bonita que es. A mi, me pareció muy curiosa, muy original.



Y Graus tiene sus leyendas, como todos los sitios, y sus amantes. La foto que veis arriba es de la tumba de dos de esos amantes que descansan juntos en una cuesta que sube a la basílica de la virgen de Peña.

Arriba teneis al Ardorin, que estaba más que inspirado en este viaje, haciendo publicidad, a ver si le contrata la marca en cuestión y lo vemos por la tele, que ya veis que bien lo hace...


La entrada a la basílica es un pasillo largo, con arcos en un lateral y con un púlpito en forma de balcón que mira hacía el pueblo y dicen que es el que usaba San Vicente Ferrer. El caso es para acceder a la iglesia has de pasar por este pasillo, con los suelos en piedra y con unas vistas preciosas sobre el pueblo.



Ahí estoy asomada a un ventanuco para ver la pequeña ermita que hay justo enfrente de la puerta principal de la iglesia.

La iglesia estaba vacía, ¡lo que me gustan a mi las iglesias vacías!, porque pienso que es precisamente cuando más llenas están. Tienen un silencio muy especial, que a mi me provoca cosquillas en la barriga. Me encanta sentarme en un sitio así, donde se perciben tantas sensaciones, hay como mucha energía flotando en el aire, y si la iglesia tiene sus añitos, aún se nota más.


Para terminar os dejo unas fotitos del patio de entrada a la basílica y de alguna de las callecitas de Graus. Espero que os guste tanto como me gustó a mi.





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