miércoles, 7 de septiembre de 2011

CUILLINS.



Había leído en algún foro que en las Cuillins alguien vivió el mejor amanecer de su vida. Una empieza a entender esto conforme se acerca a esta cadena de montañas rocosas que hacen que el paisaje cambie de un modo casi radical.

Por primera vez en nuestra vuelta a la isla de Skye, vimos agrupaciones extensas de árboles. En algunos puntos el agua se abría camino formando pequeños riachuelos, y el paisaje, en momentos muy puntuales, me trasladaba hasta Alaska.

El caso es que la presencia imponente de estas montañas negras me empezaba a embrujar y cuando llegamos al sitio donde íbamos a pasar la noche, a los pies de ellas, entendí porqué. El lugar me pareció agreste, salvaje, aislado de todo lo que se pueda llamar civilización. Terminó el camino en el mar, y allí mismo, en una explanada junto a la playa, estaba nuestro camping.

Hay lugares, rincones de este mundo, que son imposibles de describir, hay que sentirlos, y este es uno de esos sitios. El viento era constante, soplaba con mucha fuerza, y eso debe de ser siempre así porque los árboles de las inmediaciones estaban completamente doblados. No existe cobertura telefónica. No sabría explicar de qué modo me envolvía todo, pero me rodeaban sensaciones que viajaban, saltaban de la inquietud al miedo, pasando por el aislamiento. Sentía lo rural, lo agreste, lo salvaje. Intuí que la noche se nos presentaba como la más fascinante de las aventuras.

En el campo base de las Cuillins el viento zarandeaba mi cuerpo como si fuera una pluma. Borrosa, desdibujada, atrapada en una maraña de elementos naturales, me sentía enmedio de una bomba de sensaciones que calaban en mí, empezaban a mezclarse con la sangre de mis venas, llegaban directas al corazón. Flotaba, fluía, penetraba el aire frío por los poros de mi piel, rozándola con una caricia brusca, pero caricia al fin y al cabo, de la vida.

Tomamos una decisión loca en el lugar menos indicado, decidimos no montar la tienda, aún a sabiendas de que lo más fácil fuera que salieramos volando en mitad de la noche. Queríamos dormir en el suelo, sentir la fuerza de la tierra, ser salvajes, animales libres en la naturaleza. Proteger nuestros cuerpos tan sólo por un avance que parecía a punto de rasgarse en cada embestida del viento.

Fui a la playa donde bailaban las olas rompiendo el final de sus vidas en las esquinas rocosas. Junto al mar, balanceada por el aire, casi azotada, me aferré al suelo, sentí rebrotar en mi interior la fuerza que todos tenemos, que todos creemos perder porque se nos nubla bajo la capa de sentimientos que nos hacen vulnerables, me encontré de golpe y porrazo conmigo misma, otra vez, con la serenidad, con la paz, en el momento más oportuno. Me rebocé en la magia, me revolví en la danza extraña a la que me empujaba la brisa, a veces más que brisa soplos casi huracanados del viento, que no hacían más que fortalecerme, me ayudaban a soltar todo lo que arrastraba. Me vacíe para llenarme de luz.

Pensé que dormir junto al mar resultaba maravilloso, pero también pasó por mi mente el pensamiento fugaz de que los tsunamis existen, así que tracé un plan de emergencia por si me veía en esas, si me daba tiempo, escalaría las Cuillins en tiempo record. Cosas de la cabeza, enmarañada por el aire, se revuelve por dentro y por fuera.
La noche fue larga, preciosa, extraña. El ruido ensordecedor del viento no dejó de emitir su particular música. No tuve fuerzas para levantarme a ver amanecer, pero sí que vi al sol esconderse tras las montañas, y puedo afirmar, sin ninguna duda al hacerlo, que fue uno de los mejores atardeceres de mi vida.
Me perdí dentro de mi saco, y allí, envuelta en la tela, me tapé con el tartan hasta la cabeza, me bajé del mundo, desaparecí de todo, volví a ser una niña protegiéndose con la sábana de los monstruos y fantasmas, el mejor de los escudos.

Entendí porque Skye es la isla de las nubes, del cielo, del firmamento.
Por la mañana, salí a pasear mi cuerpo serrano envuelto en el pijama, legañosa, despeinada, di los buenos días a las vacas. Sonreí desde dentro, desde el alma, porque me prometí regresar, volver un día, repetir, y sobre todo, subir a lo más alto de las montañas, a sentirme durante algunos minutos la reina del mundo, a pasar de soslayo por la cima de las Cuillins.

4 comentarios:

Alicia dijo...

Qué playa más espectacular!!! Madre mía!! Probasteis el agua aunque solo fuera con la mano? Qué valientes el dormir a la intemperie! Besitos

Lorena dijo...

Alicia: No probamos el agua porque hacía un frío...dormimos dentro del saco y con una manta de tartan, que son supergordas, ¡como para meterse en el agua!

Silvia - Desenredando el hilo rojo dijo...

Jooooooooooooo, ¡a mí no me gustaron las Cullins! Y ahora te leo y parece que estuvimos en sitios totalmente opuestos, jajaja. Madre míaaaaaaaa, ¡me muero de miedo si duermo yo ahí a la interperie! jajajaj.
Besotes

Lorena dijo...

Silvia: Esto confirma que el mundo depende del cristal con que lo miras, jajajajaja, ¡me parecieron increíbles!, de lo que más me gustó, así que ya ves tú, Silvia, esto es como tú a Boston y yo a California.