martes, 20 de julio de 2010

ABBADIA DI FIASTRA.


Me venían continuamente a la cabeza los parques escandinavos, parques enmedio de las ciudades, enormes, extensos, mimados, bosques urbanos que te dejan atónito ante la falta de costumbre de ver algo semejante en mi propia ciudad. Antes de regresar de nuevo a Macerata, disfrutamos de la tranquilidad de la abadía di Fiastra.

Está considerada una reserva natural. Un territorio donde se pueden revivir el espíritu de vidas pasadas que pasearon su mirada por los árboles centenarios perfectamente conservados en las inmediaciones de la abadía. Un lugar donde la naturaleza conserva todo su esplendor y su belleza.

Amantes amándose, viviendo su poesía tirados sobre el manto verde que cubre el suelo, niños corriendo perseguidos por sus padres en un intento de provocarles la sonrisa, deportistas, algunos monjes, árboles gigantes, todo invita a relajarse y disfrutar, y eso fue exactamente lo que hicimos.

La reserva natural tiene una zona llamada "Selva" que comprende unas 100 hectáreas y que es particularmente importante desde el punto de vista científico ya que según dicen, se trata del último ejemplo del tipo de bosque que cubría hasta el siglo XVIII las colinas de la región de Marcas.

Los pavos estos eran un poco descarados, pero ni punto de comparación con un pequeño gallo americano que salió en estampida detrás de nosotros y nos hizo correr como alma que lleva el diablo, sorprendiéndonos de que un animalito tan pequeño tuviera tanto poder sobre nuestro manejo del control del miedo. Nos reímos mucho, eso sí.

La abadía es de arquitectura cisterciense y está habitada por unos cuantos monjes de esos de sotana marrón hasta los tobillos que salían muy bien caracterizados en "El nombre de la rosa". Los monjes tienen sus granjitas, sus jardines repletos de flores y sus animales. A mí me daban ganas de quedarme un mesecito viviendo con ellos, pero no creo que las normas del lugar acepten ningún tipo de presencia femenina.

Abajo podeis ver un ejemplo de un árbol que ha visto llover mucho, ¡qué envidia!.

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