CHOCOLATE CON CHURROS.

En el pueblo donde tenemos la casita fueron las fiestas hace poco. Las fiestas de un pueblo son muy importantes para sus gentes. Participan desde los más jóvenes hasta los más mayores, y viven sus costumbres con intensidad, porque eso es lo que les define, los que les hace autóctonos, auténticos, únicos, lugareños.
Reinas, damas, presidente y alcalde levantaban pasiones sobre un escenario de tablones de madera lleno de flores, de coronas en las cabezas de la corte de honor, de vestidos largos de colores brillantes. Aplausos, desfiles tras la banda de música que recorre las calles para hacerse escuchar, baile nocturno, la feria, las luces, los olores de las comidas más típicas, la pólvora, la virgen que se pasea toda emperifollada, las misas, los balcones engalanados, los hijos que regresan, los padres que los esperan, los coches que no caben, el ambiente cargado, el silencio destrozado.
Nos sentimos siempre muy bien recibidos en este rincón manchego, una parte más del todo. Nuestras caras ya son familiares para sus habitantes, nos paran, nos preguntan, nos saludan, nos sonríen, nos invitan a participar, así que, aunque no nos guste demasiado el jolgorio, salimos para dejarnos ver, para que sepan que sabemos que es muy importante para ellos cada acto, que lo respetamos, que nos involucramos, aunque sólo sea para pegarnos el atracón de los churros con chocolate. Fue bonito ver a todos tan contentos, haciendo una cola eterna en la panadería para comprar los dulces típicos, vistiendo sus mejores galas, perdiéndose en las calles, viviéndolas, sintiéndose más que nunca del pueblo, porque un pueblo en fiestas es un pueblo que late y vibra, un pueblo sentido y vivido con toda su intensidad.