VALDOVIÑO Y FENE.

No había puesto ninguna foto de esas que nos hacemos a nosotros mismos y salen como salen, iba a escribir un post dedicado a esas fotos en las que de cuatro salen tres, o de los que salen, dos no tienen la mitad de la cabeza, o no salen todos con los ojos abiertos, pero eso sí, las sonrisas siempre suelen ser protagonistas, así que aquí pongo una que de todas las que hicimos de grupo, creo que es la más decente.

Valdoviño era el pueblo del abuelo de Ardorín, a quien hoy dedico el post. Parada obligatoria son aquellos lugares a los que los lazos del amor nos atan. Lugares que nos recuerdan nuestras raíces o que fueron importantes para personas queridas. Valdoviño tiene una playa preciosa, de esas muy anchas, con mucha arena, para que cuando llegues a la orilla el músculo se haya desarrollado más rápido que el de los culturistas, bueno, no es para tanto, pero es cierto que estas playas tan anchas ya casi no se ven, por lo menos por mi tierra, que a base de cementar y cementar, con el empeño de hacer enormes paseos marítimos, casi llegan las aceras a la orilla del mar y rozan con creces el mal gusto.

Ardorina y yo nos pasamos el rato recogiendo unas piedras de color verde que llamaron nuestra atención y que estaban desperdigadas por la arena. Llegó un momento en que cada vez que veíamos una, nos parecía más bonita que la anterior, y allá que íbamos las dos con las manos llenas y atacadas de la risa, conscientes supongo de que tanta recogida de piedra no nos llevaría muy lejos, porque en las manos ya no cabían y mi bolso empezaba a pesar una tonelada. Eso sí, no las soltamos. Ardorina supongo que se las llevaba de recuerdo, yo las traje con la intención de hacer con ellas un monumento troll, ya veremos si lo hago, y que sale.


En Fene pude conocer a Belén, un año después de que empezara a ser lectora asídua de este blog. Belén es un sol, y se portó estupendamente con nosotros. Su marido, Alfredo y su preciosa niña Mayte, nos recibieron con los brazos abiertos, y fue raro, porque realmente nos hizo sentir como en casa, pese a que era la primera vez que nos veíamos en persona.
Tienen una vista preciosa desde la ventana de su habitación, y nos pusieron al día de rincones que no debíamos perdernos. No faltaban ganas, pero sí tiempo. Un día os enseñaré el anillo que me voy a hacer con una caracola que me regaló Belén, cuando tenga un huequito y vaya a la joyería, que eso me va a costar mi tiempo, ¡perezosa que es una!. Gracias Belén, por todo, por abrirnos las puertas de tú casa y por esa calurosa bienvenida. ¡Muchos besos!.